Una mujer (y en menor medida un hombre) o una pareja sin hijos, siempre son vistos como una anomalía y dan lugar a la problemática. ¡Qué ocurrencia no tener hijos y apartarse de la norma! Ellos se ven constantemente obligados a explicarse, mientras que a nadie se le ocurriría preguntarle a una madre por qué lo ha sido (y exigirle razones válidas), aunque fuera la más infantil e irresponsable de las mujeres. En cambio, aquella que continúa voluntariamente infecunda tiene pocas posibilidades de escapar a los suspiros de sus padres (a quienes prohíbe ser abuelos), a la incomprensión de sus amigas (que desean que se haga lo mismo que ellas) y a la hostilidad de la sociedad y del Estado, defensores de la natalidad por definición, que disponen de múltiples y sutiles formas de castigaros por no haber cumplido con vuestro deber. Es necesaria pues, una voluntad a toda prueba y un carácter valiente, para reírse de todas esas presiones, e incluso de cierta estigmatización.
ELISABETH BADINTER. La mujer y la madre. Ed: La esfera de los libros. p. 22.